domingo, 21 de julio de 2024

Capítulo 45. A solas con mi abogado

 


Pocas personas conocen la “silla alemana”. Sin embargo, es bastante popular en algunos regímenes, como el de Siria, no excesivamente escrupulosos con el tema de los derechos humanos.

Como su propio nombre indica, se trata de una especie de sillón metálico, preferentemente fijado al suelo para evitar accidentes. Su respaldo es móvil, y ahí está la verdadera gracia del asunto. El desgraciado ocupante es atado de pies y manos a la estructura de la silla antes de comenzar. A continuación, se deja caer el respaldo hacia atrás mientras, de cintura para abajo, el sujeto permanece inmóvil. La espina dorsal empieza a sentir presión; también el cuello y las extremidades. El dolor es inaguantable, según dicen; y del dolor, se pasa a la lesión o a la parálisis. Es fácil convertir a alguien en parapléjico con este ingenioso artilugio.

José María ocupa ahora mismo una versión modificada de la silla, que yo personalmente he diseñado. Le he añadido algunos detalles de mi propia factura, como un sinfín de salientes y prominencias en forma de botones metálicos y picudas ondulaciones que coinciden con las áreas más sensibles de su anatomía: nalgas, riñones, genitales… No, no se puede decir que mi silla sea un sitio que invite al descanso. Resulta incómoda, los primeros minutos. A partir de ahí, la incomodidad se convierte en molestia, y ésta, a su vez, en malestar. Al cabo de unas horas, el desgraciado que se halle sentado haría o diría cualquier cosa con tal de que le permitieran levantarse. Esa es la idea. Mi añadido a la silla alemana es un “plus” genial al utensilio original. Ojalá pudiera patentarlo.

-No puedes imaginarte la de ganas que tenía de volver a verte, querido amigo –le digo cuando termina de aullar.

Mi reloj marca las ocho y media de la tarde. El atardecer comienza a declinar, dando paso a las primeras sombras del ocaso. El corral en el que nos encontramos está cubierto por un techo de uralita, y las únicas ventanas que existen se encuentra totalmente cerradas por dentro. La única luz, por tanto, es la que proporciona una bombilla ennegrecida que cuelga de un cable desnudo. Cae de lleno sobre Espronceda de tal forma que ilumina perfectamente su rostro. Sin embargo, él solo puede verme a mí y a Roberto, ya que el resto de la estancia permanece en penumbra, al menos para él.

-Estás vivo… Qué alegría, Ángel, temí que… En fin, ya sabes…

-Sí, lo sé… -creo que sonrío, no estoy seguro. Me está resultando tan interesante la experiencia que espero que la cosa no se me vaya de las manos-. Pero ya ves, aquí estoy, vivito y coleando. Y no puedo decir que me haya resultado precisamente fácil. He pasado por un verdadero calvario para llegar aquí, amigo mío.

Hace el esfuerzo de sonreír.

-Perdona el grito de antes, pero es que por un momento he creído estar viendo un fantasma. ¿No podrías…? Ya sabes, soltarme.

-Luego, José María. Antes tengo que asegurarme de que no estás en tratos con el viejo Simon. Entiéndeme, no puedo correr riesgos –le digo en tono conciliador.

-¿Yo…? –Su frente se perla de sudor, y sus ojos giran asustados, contradiciendo el rictus en forma de sonrisa que trata de mantener en sus labios-. ¿Cómo puedes pensar eso… después de tantos años?

-Bueno, cuando alguien ha pasado por lo que yo he pasado, lo mejor que puede hacer es desconfiar de todo el mundo. Incluso de los amigos.

-¿Y esta silla…?

-Lo mejor de todo. Será la prueba de tu fidelidad. Así de sencillo.

-Vas a torturarme –dice mirando a Roberto.

Es el único que me acompaña ahora. Javier y Estefanía se han quedado fuera, para vigilar los accesos, o al menos eso es lo que les he dicho a ellos. En realidad, no quiero que presencien lo que está a punto de suceder.

-Llámalo como quieras –le respondo, haciendo una señal a mi chófer. Roberto se acerca a la silla y acciona una palanca situada en el respaldo. Al hacerlo se libera el travesaño que lo mantiene en su posición, y cae hacia atrás con fuerza.

José María lanza otro aullido, en esta ocasión de verdadero dolor. Nos espera una noche muy larga por delante. 

 

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