domingo, 21 de julio de 2024

Capítulo 46. Cuenta saldada

 



Una hora después, el rostro desencajado de mi exabogado resulta casi irreconocible. Hemos repetido la operación, al menos, una docena de veces. Me ha parecido escuchar un fuerte chasquido en su último descenso parecido al sonido de un tallo de bambú al quebrarse. Si se trata de la columna vertebral, como sospecho, Espronceda no volverá a caminar el resto de su vida que, por otro lado, no se prevé muy larga.

Durante el proceso, José María ha ido desgranando para nosotros el relato de su trato con Simon Rothko:

-Contactó conmigo hace cosa de seis meses, poco después de nuestra operación de compra de aquellas empresas de armas. Tú estabas muy ocupado con el tema de tus piernas, por aquel entonces… -me confiesa entre gemidos de dolor, después de haber probado las excelencias de mi silla alemana-. Me ofreció mucha pasta, Ángel, no te lo puedes imaginar…

Eso le cuesta un nuevo viaje con el respaldo de la silla, que culmina con un aullido que ya no parece ni siquiera humano. Nunca pensé que José María pudiese vociferar de esa manera. Creí que se iba a portar con más… “elegancia”. Por lo visto, el dolor extremo es capaz de doblegar los caracteres más arraigados.

-Sí que me lo puedo imaginar así que, por favor, ahórrame las excusas en ese sentido. Al grano. ¿Qué planes tiene Simon?

-¿Planes? ¿Qué planes van a ser, Ángel? Hacerse con el control de todo. Ya se ha convertido en alguien muy cercano a Vladimir Putin. Controla en parte a los mercenaros del grupo Wagner, a los que está suministrando armamento. Cuando ganen la guerra…

-No me lo estás diciendo todo, José María –le interrumpo, haciendo una nueva señal a Roberto para que accione el mecanismo. Esta vez repito la operación dos veces sin darle ocasión a hablar. Llegados a este punto, sus gritos se han vuelto estertorosos. En ambas ocasiones lo dejo suspendido unos minutos, con el propósito de incrementar la sensación dolorosa. Tiene que ser horrible, lo admito. Pero ya se sabe, para hacer una tortilla es necesario romper unos cuantos huevos.

-¿Cuándo planificasteis secuestrarme? ¿De quién fue la idea?

-Fue algo… -se detiene y expulsa una bocanada de sangre, seguida del resto del contenido de su estómago.

-Jefe –interviene Roberto, inquieto-. Si seguimos, podemos provocarle un shock o una parada cardíaca.

-Había… había otra persona. Era quien tomaba las decisiones aquí en España –balbucea.

¿Otra persona? Esto es algo que no me esperaba. Por un momento, vacilo, sin terminar de creérmelo. Pienso que está tratando de ganar tiempo, o quizá no sean más que los delirios provocados por el dolor.

-¿A quién te refieres?

No contesta. Mi abogado se ha desvanecido. Le cojo una muñeca y compruebo que aún tiene pulso, pero que es irregular y arrítmico. Me da la impresión de que está en las últimas.

-¿Cómo se llama esa persona? Si es que de verdad existe…

-… Ex… iste… -creo interpretar que sale de sus labios-. Y tú… co… co… noces.

Está sonriendo. A pesar de todo. Se ríe de mí, el muy cerdo, porque sabe que está a punto de morir.

En un acto impulsivo, acciono la palanca que hay junto al respaldo y mi abogado cae hacia atrás con todo su peso. Esta vez no hay grito, ni súplica. Solo un sordo gemido, parecido al de una rueda al desinflarse de golpe. No me hace falta tomarle el pulso esta vez para saber que ha muerto.

Me dirijo a Roberto, que contempla la escena con aspecto sereno.

-Bájalo de ahí. Córtale la cabeza y envíasela a Rothko en un bonito paquete de regalo. Creo que es hora de que se vaya enterando de que Ángel Salazar ha regresado.

Roberto asiente.

-¿Y el resto del cuerpo?

Sonrío.

-Avisa a esos dos imbéciles y que se pongan a cavar. Javier ya sabe dónde está la pala.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Capítulo 47. Un nuevo comienzo

  Han transcurrido dos semanas desde que mantuve mi última charla con José María. En este tiempo no se han producido grandes acontecimientos...