jueves, 21 de diciembre de 2023

Capítulo 8. No eres tú, soy yo

 


Como suponía, Elsa Bloch no abre la boca. De todas formas, el joven, su prometido, se percata de que ha sucedido algo extraño, ya que le dirige una mirada de sorpresa cuando acude a la puerta de la limusina para recogerla.

-Félicitations, mon ami, pour votre prochain mariage –le saludo, con una sonrisa.  

Su gesto de sorpresa da paso a la indignación. Creo que va a soltar alguna expresión injuriosa, pero Elsa consigue que se calme y lo aleja de allí, no sin antes dirigirme una última mirada de terror.

-¿Todo bien, jefe? –me pregunta Carlos.

-Todo perfecto. Vamos, ayudadme a llegar a mi habitación. Necesito descansar.

Un guardia de seguridad está discutiendo con un desharrapado que deshoja un periódico sentado en el suelo, junto a la entrada del hospital. Discuten en francés y luego en romanche. Por fin, el viejo accede a levantarse y abandonar el sitio, no sin antes dedicarle un rosario de apóstrofes que el vigilante digiere con total estoicismo.

Ya se aleja cuando, de improviso, se da la vuelta y clava su mirada en nosotros. Ha adivinado que somos, probablemente, la causa de su desahucio. Me recuerda a un animal salvaje. No hace falta ser un genio para colegir que ese hombre nos odia en este instante con toda su alma.

 

La habitación está a mi gusto. Se ha ordenado la evacuación completa de esta ala de hospital, tal y como pedí.

El hospital universitario de Lausana no se distingue precisamente por su moderno diseño, pero está considerado como uno de los mejores del mundo. Cuenta con instalaciones punteras en Europa, y sus grupos de investigación están a la vanguardia en neurología, en parte gracias a mis aportaciones.

Mi habitación no es una suite del Palace, pero me proporciona privacidad y algunas comodidades extras. Por supuesto, la comida es una de ellas. Nunca he soportado la cocina de los hospitales, me recuerdan demasiado a episodios de mi vida que prefiero mantener enterrados.

-¿Deseas que me quede contigo, jefe? –me pregunta Carlos, que no se decide a marcharse.

-¿Por qué cojones habría de querer eso? –le espeto, irritado. Luego, rebajando algo mi brusquedad inicial, añado-: Tal y como acordamos, tú ocuparás la habitación que hay enfrente. Acomódate como puedas. Solo te pido que tengas el móvil siempre encendido y a mano. Tú, José María, puedes hospedarte en el hotel que hay a dos calles de aquí. No es muy cómodo, según tengo entendido, pero así estarás más accesible en caso de que te necesite para algo.

Los dos se miran, indecisos aún. Eso termina por cabrearme.

-Largaos de una puta vez.

Se marchan en silencio. Me quedo solo, que es lo que quería. Necesito reflexionar.

¿Por qué he amenazado a Elsa Bloch? Intento convencerme de que ha sido para asegurarme su cooperación. Evitar que se relaje. Sé que para ella el dinero no es importante, si no está destinado a financiar su investigación. Es difícil comprar a las Elsas de este mundo. Se les debe persuadir de otras formas, porque igualmente todas esas “Elsas” tienen algo que perder.

¿Pero es esa la razón por la que le he hecho daño? ¿Es la única razón?

No, no lo es.  

Me ha gustado hacerlo, esa es la verdad.

La expresión aterrorizada de esos ojos que minutos antes mostraban una actitud altanera e insobornable. El reto de doblegarla, mi victoria sobre un espíritu indomable, seguro de sí mismo. Me ha gustado, sí. Lo he disfrutado.

No lo había planeado, lo que ha ocurrido ha sido fruto de una improvisación, una, quizá, inspiración de última hora. De todas formas, creo que a partir de este momento la señora Bloch, eminente científica, laureada doctora en Medicina, pensará mucho en mí.

Esta noche, ahora mismo, Elsa me tiene en su mente.

La noche.

Ha llegado. Un manto gris de neblina desciende sobre las calles de Lausana, cubriéndolas como una gasa fría y etérea.

Pediré la cena, pero antes me daré un baño.

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