domingo, 21 de julio de 2024

Capítulo 47. Un nuevo comienzo

 


Han transcurrido dos semanas desde que mantuve mi última charla con José María. En este tiempo no se han producido grandes acontecimientos, salvando el hecho de que ahora son Markus Mogilevich y Ángel Salazar quienes dirigen mis negocios; el primero en Europa y el segundo en los Estados Unidos. He recuperado el control de todo, y probablemente un poco más.

Lo único que me preocupa en estos momentos es la ausencia de noticias de Simon. La cabeza de mi exabogado en una caja de cartón no es un detalle de los que él pase por alto. Lo conozco bien. Es impulsivo, orgulloso y desconfiado. Pero no es ningún estúpido. Si hubo estallido de rabia al abrir mi regalo, estoy convencido de que fue menor que el que ha debido sufrir a lo largo de estos días, cuando ha visto caer en mis manos todas las empresas de armas importantes, una tras otra. No está arruinado todavía, pero su poder ha decrecido sensiblemente, y lo más importante, es probable que esté perdiendo apoyos entre su propia gente. Esto va así, como creo haber dicho en otra ocasión. O estás arriba del todo, o prepárate a combatir.

No le quedan demasiadas opciones. Un golpe arriesgado podría devolverlo a la cima, en caso de tener éxito. Mi muerte es su salvación. Su única salvación. Como en el ajedrez. Ahora mismo soy yo quien domina el tablero, con mi Dama apuntando a su Rey desguarnecido. Él no cuenta más que con dos o tres peones, pero un simple peón puede hacer mucho daño, si sabes utilizarlo.

Ahora paso la mayor parte del tiempo de pie. Han instalado en mi despacho un sillón ergonómico, diseñado ex profeso para mí. Ni siquiera sé cuánto ha costado, una barbaridad, imagino. Sin embargo, apenas lo utilizo. Como si quisiera resarcirme de todos los años que he vivido postrado en silla de ruedas. Contemplo la ciudad desde la última planta de La Torre. Las hormigas con forma humana agitan la calle con su presencia, anónimas, frágiles, inútiles. Insectos que no saben que son insectos. Me cuesta mucho reconocer que pertenecemos a la misma especie.

Lo pasado, pasado está, es lo que dicen los cobardes. Hay sucesos del pasado que deben enmendarse para recuperar el orden y la justicia. Simon Rothko y toda su familia han de perecer.  

Reus se ha convertido en mi mano derecha. Desaparecido José María, es ella quien lleva ahora la gestión de mis negocios. Pasamos consulta todas las mañanas, a primera hora. Me pone al día sobre el estado de mis cuentas y, de vez en cuando, se permite darme algún consejo que yo escucho con magnánima displicencia. Y tenemos un nuevo empleado. El genio de la informática, Jokin, al que hemos instalado en el antiguo despacho de mi exabogado. Un tipo raro, ese Jokin. Se trata del clásico espécimen de inadaptado social, encerrado siempre entre las cuatro paredes de su casa. Presenta el aspecto de un bebé crecido, con su lechoso rostro ovalado y la cabeza pelada, salvo por los tres mechones rubios que sobreviven a duras penas en su cuero cabelludo. El tipo del que te alejarías inmediatamente si te lo encontraras por la calle. Si me lo hubiera cruzado en el colegio, probablemente se habría convertido de inmediato en el centro de mis burlas.

Y, sin embargo, cuando descansa su enorme trasero en el sillón viejo que ha hecho traer de su mierda de piso, y coloca sus gordezuelos dedos sobre el teclado de su ordenador, se convierte en un genio. Sin parangón. No sé cómo lo ha logrado, pero ahora dispongo de toda la información contenida en los discos duros del ordenador personal de Simon Rothko. Puedo espiar sus cuentas, los correos privados que envía a su gente, sus movimientos, idas y venidas, etc.

El viejo está desesperado, pero no hundido. Aún posee un sinfín de madrigueras a las que acudir, y reservas de dinero en paraísos fiscales de todo el mundo, quizá almacenado para tiempos de escasez, o de guerra. Esto va a ser laborioso y nada divertido, por lo menos al principio. Pero me reservo una última jugada que no se espera. El truco final del mago.

Se abre la puerta y entra Reus, cargada de libretas y papelotes. Es curioso como esta mujer se aferra a sus viejas herramientas de trabajo, pero he de reconocer que no le resta un ápice de eficiencia. Aunque le he comentado alguna vez la posibilidad de utilizar una tableta, ella siempre se ha negado, aduciendo que se siente más segura con papel y lápiz: “Ningún Jokin va a fisgonear en mis notas”, dice, lo cual es verdad, en cierta medida. Olvida que el papel se puede robar de la misma forma que los datos de un ordenador.

-¿Qué tal tus hijos? ¿Has sabido algo de ellos? –le pregunto, como siempre. Antes le incomodaba, pero creo que se va acostumbrando; incluso diría que ha llegado a agradarle.

-Bien, siempre pidiendo dinero, no saben hacer otra cosa. Marcos, el mayor, ha encontrado trabajo en un bar sirviendo copas. Parece ser que no tiene suficiente con los doscientos euros que le envío mensualmente…

-No está mal que aprendan lo que cuesta ganar el dinero. Pero Reus, ya sabes que si necesitas pasta no tienes más que pedirlo. Además, no te preocupes excesivamente por ellos. Puedo ocuparme de que consigan un buen trabajo en cuanto terminen sus estudios.

-Ya… el caso es que prefiero que sean ellos quienes se busquen su propio porvenir, si no le importa.

-Claro, claro… -digo, fingiendo desinterés. Evidentemente, en su momento haré lo que considere oportuno, pero ahora mismo prefiero que mi secretaria esté centrada-. Venga, vamos al trabajo. ¿Qué tienes hoy para mí?

-En realidad, nada –me dice con una sonrisa de oreja a oreja-. Todo marcha estupendamente. Solo necesito que me dé instrucciones respecto a un par de cosas.

-Pues siéntate, ponte cómoda. Hablemos.

Da comienzo un nuevo día de duro trabajo en la oficina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Capítulo 47. Un nuevo comienzo

  Han transcurrido dos semanas desde que mantuve mi última charla con José María. En este tiempo no se han producido grandes acontecimientos...