Los
sábados celebramos reunión de equipo. El lugar elegido es un enclave neutro, bastante
alejado de Madrid. El Botero, ubicado en el centro del casco viejo de Toledo,
es un antiguo mesón conocido por Roberto, de sus tiempos de policía. El dueño,
un tal Marcelo, imagen estereotípica de tabernero, le debe una muy gorda, según
me confesó mi chófer. Nos recibe siempre personalmente en la puerta para
conducirnos hasta un pequeño reservado situado al final del local, entre la
pared y una gruesa columna que nos proporciona cierta privacidad.
Somos
un grupo heterogéneo: Javier, Estefanía (casi no parecen de barrio una vez
vestidos con ropa normal), Roberto, Reus y yo mismo. No permanecemos allí mucho
tiempo, por si acaso. Lo justo para intercambiar información. Hoy es Reus la
estrella, la que nos trae las noticias más prometedoras. Al parecer, Ángel
Salazar ya tiene toda su documentación en regla y está preparado para hacer
acto de presencia en el mundo de los negocios.
-Necesitaré
una foto reciente y sus huellas, señor… -aquí se interrumpe, recordando a
tiempo que no debe nombrarme en público-. En cuanto me devuelva firmada la
documentación que traigo, podré resucitarlo. Quizá sería conveniente que, de
momento, fije su residencia en Estados Unidos. Si se diese a conocer aquí
tendría que dar muchas explicaciones a causa de la manera en que… se marchó.
Se
refiere a mi muerte. A mi primera muerte. Ángel Salazar fue asesinado hace diez
años por un tipo llamado Ventura, antiguo enfermero de un centro de menores. No
puedo presentarme en sociedad así como así, habiendo sido declarado
oficialmente muerto.
-Buen
trabajo, Reus. Tan eficiente como te recordaba. Y ahora, oídme todos. Tomaré
posesión de la empresa a través de un testaferro y lo haré público el primero
de mayo, Día de los Trabajadores, y por tanto, festivo. A partir de ese
momento, dispondremos de cuarenta y ocho horas como mucho para recuperar el
control de mis negocios, al menos de la mayor parte de ellos. Eso va a requerir
la entrada en escena de un amigo mío llamado Markus Mogilevic –digo, centrando
mis miradas sobre todo en Reus, la única del grupo que sabe que me estoy
refiriendo a una de mis otras identidades-. Es un ruso, viejo amigo mío, al que
nombré previsoramente cotitular de mis empresas en Europa. Se personará ante
las instancias oficiales y hará valer sus derechos antes de que Simon Rothko
pueda reaccionar. Si todo sale bien, él y yo dirigiremos muy pronto La Torre.
-¿Y
qué va a pasar con el abogado? –pregunta Javier, que se ha encargado de
seguirlo durante las últimas semanas.
-Precisamente
ahí es donde entráis vosotros –le digo, señalando a Estefanía, que en ese
momento se entretiene picoteando las aceitunas que nos acaba de traer Marcelo-.
Por lo que sabemos, se aloja en el hotel Palace, donde ocupa una suite en la
planta cinco. Creo que es una de las más lujosas, pero actualmente mi abogado
puede permitirse estos lujos –añado mordaz-. Todas las mañanas abandona el
hotel a las 8.30 y es recogido por una limusina. En ella viajan dos
guardaespaldas, además del chófer. Los tres trabajan para Simon Rothko y
debemos suponer que son bastante letales. No es posible acceder a él, una vez
está en el interior de ese vehículo. A las 8.55, aproximadamente, llega a La
Torre, donde es escoltado por los guardaespaldas…
-Dos
armarios roperos armados hasta los dientes –suelta Javier.
-…
que lo esperan en despachos anexos hasta que sale… Te agradecería que no
volvieras a interrumpirme, ¿estamos?
-Sí,
jefe.
-Continúo.
Entre las 14.30 y las 15.00, Espronceda abandona el edificio y es recogido de
nuevo por la limusina, que lo traslada de regreso al hotel, donde permanece
hasta el día siguiente. Lo he estudiado todo y creo que el abogado no es
vulnerable en La Torre, fuertemente vigilada, ni tampoco en el trayecto desde
el hotel, salvo que quisiéramos volar el coche, lo cual no es una opción que
contemple. Lo quiero vivo. Así que solo podemos acceder a él mientras se
encuentre en su habitación. Y, como he dicho antes, ahí es donde entraréis
vosotros en juego. Sobre todo, tú –digo, volviéndome hacia Estefanía.
Ella
da un respingo y casi se atraganta con una aceituna. Comienza a toser tan
fuerte que temo que llame la atención.
-Toma
–le ofrezco un pañuelo-. Tranquila, no correrás ningún peligro (mentira). Por
cierto, ¿has trabajado alguna vez de “Kelly”?
Todos
se miran asombrados. Finalmente, la muchacha tartamudea:
-Una
vez lo intenté, pero no quisieron contratarme.
-Bueno,
en esta ocasión no te hará falta contrato. Y ahora, prestadme mucha atención…
No hay comentarios:
Publicar un comentario