domingo, 21 de julio de 2024

Capítulo 41. Es importante contar con una buena secretaria

 




El siguiente paso es obvio.

Reus regresa tarde a su casa. Tiene aspecto de cansada. Mi antigua secretaria parece haber envejecido años en unos pocos meses. Sin embargo, todavía recuerda bastante a ella misma: su mirada altiva de ojos pequeños, escrutadores, las cejas eternamente fruncidas, la frente estrecha, cubierta de tenaces arrugas que parecen cabalgar unas sobre otras. El espíritu sigue estando ahí, en ese cuerpo enjuto y menudo.

No, me digo a mí mismo cuando la veo entrar en el salón de su casa, ella no puede estar implicada en los tejemanejes de José María. Es demasiado inteligente y tiene demasiado que perder. En fin, supongo que pronto lo sabré.

-Hola, Reus, querida. He vuelto –le espeto en cuanto enciende la luz.

La estoy esperando cómodamente sentado en el sofá de tres plazas que tiene frente al televisor. Ella se queda congelada al verme; como si fuera la estatua de sal que contempla eternamente la destrucción de Sodoma. Puedo leer en su expresión la mayoría de los pensamientos que pasan por su cabeza en estos momentos. Soy un ladrón que ha entrado para llevarse el dinero que no tiene en su inexistente caja fuerte. Soy un sicario enviado por José María o el propio Rothko para torturarla, para sacarle lo que sabe.

Ciertamente, esta última idea bien podría hacerse realidad muy pronto.

-Soy yo, Reus. ¿No reconoces mi voz? Es cierto que he cambiado un poco –le digo, poniéndome en pie-. Como ves, la doctora Bloch cumplió lo prometido.

-¿Señor Kingsman…? –Balbucea-. Pero no puede ser… Usted…

-¿Estoy muerto? Sí, es verdad. Por segunda vez. –Miro a mi alrededor fingiendo extrañeza-. ¿Y tus hijos? No los hemos visto. Creía que tenías tres.

-Están en el extranjero, en un colegio interno. Oiga…

-Tranquila, no debes preocuparte por ellos –le aseguro en tono despreocupado-. A menos que hayas tenido algo que ver con lo que me sucedió.

Ella comienza a temblar. Tiene miedo, sí, lo veo en sus ojos, pero no de mí.

No de mí.

-Siéntate, Reus. Pareces cansada. Ponte cómoda.

Reus obedece mecánicamente. Se deja caer en una butaca y esconde la cara entre las manos. La escucho sollozar de forma patética, acordándose quizá de sus hijos, allá donde estén. Le permito desahogarse, ya que necesito que esté serena, y sé que las lágrimas suelen ayudar a las personas como ella.

Cuando empieza a aquietarse le levanto la barbilla y la obligo a mirarme a los ojos:

-Necesito que hablemos, Reus.

-Yo no he tenido nada que ver con lo que le pasó, se lo juro.

-Te creo. Hemos investigado tus cuentas y sigues siendo tan pobre como antes. Pero has estado aquí todo este tiempo, así que debes saber muchas cosas. Quiero que me lo cuentes todo. Luego, quizá, te pediré un favor.

Reus comienza a hablar. De repente ha vuelto a ser la secretaria eficiente que recuerdo. Da la impresión de estar leyendo un memorándum sobre cotizaciones bursátiles, en lugar de exponer el relato de una traición. A pesar de que la mayor parte de la información ya la había deducido no puedo evitar que me invada la cólera. Pero es una rabia fría, calculadora. Y es que, mientras la escucho, planeo mi venganza.

-José María, es decir, el señor Espronceda, regresó de Suiza a comienzos de enero, después de Reyes. Contó que la operación había sido un éxito y que usted había decidido quedarse en Lausana para iniciar la rehabilitación, pero que él había tenido que volver a España para hacerse cargo de los negocios. Me dijo que habían puesto en marcha una operación a gran escala para fusionar sus empresas con las de un magnate del armamento en vista de la escalada que se estaba produciendo en la frontera de Rusia con Ucrania.

-¿Y tú le creíste?

-No me pareció lógico. Usted controlaba el negocio de las armas en Europa y parte de Estados Unidos, ¿para qué iba a hacer eso? Además, no es su estilo. Pero usted no estaba y el señor Espronceda siempre ha sido de su confianza, así que en ese momento no lo puse en duda.

-Continúa.

-Nunca me contaba nada, pero pude observar movimientos extraños en sus cuentas, cambios de titularidad a nombre de personas desconocidas. Fue cuando comencé a sospechar que algo pasaba. Además, usted no daba señales de vida. Lo normal habría sido que se hubiera puesto en comunicación conmigo en algún momento, teniendo en cuenta las empresas que gestiono en su nombre en los Estados Unidos. Así que investigué a algunos de ellos, y… averigüé que eran simples testaferros.

-¿Le dijiste algo a él?

-Claro que no –me responde en tono de “¿por quién me toma?”-. Lo que hice fue enviar a mis hijos a Inglaterra, a un colegio privado.

-Bien hecho. Y ¿cuándo se supone que morí?

-En febrero, recién comenzada la guerra. José María entró en mi despacho una mañana con rostro de circunstancias y me comunicó que había sido asesinado en su residencia junto con su guardaespaldas.

-¿Por quién?

-Culpó a Simon Rothko.

-Muy hábil por parte de mi abogado –dije, sin poder evitar una sonrisa de admiración-. Y por muy poco no ha tenido razón. Supongo que te informó de mi asesinato el mismo en que Simon había planeado ejecutarme. Seguramente él creía que ya había muerto por entonces, lo que demuestra que mantenía con él u contacto permanente. Una cosa más, Reus, muy importante. ¿Tienes en tu poder aún las credenciales de la Salazar & Co?

En este punto brillan los ojos de mi secretaria, y esboza una sonrisa que casi, casi, podría calificar de maligna. Pronuncia en tono solemne, sin dejar de sonreír:

-Lo tengo todo, señor Kingsman. Todo.

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