domingo, 21 de julio de 2024

Capítulo 42. Rodeado de estúpidos

 



Me despido de Reus más que satisfecho. Hoy mismo pondrá en marcha la maquinaria necesaria para restituirme al frente de mi empresa en América, lo que significa que en pocos días volveré a disponer de fondos. Es cierto que, hasta que no logre controlar La Torre, la mayor parte de mis recursos continuará en manos de mi abogado y, por tanto, de ese malnacido de Simon Rothko, pero por algo se empieza.

De momento, le he pedido que continúe en su puesto, a pesar del riesgo que corre. Por descontado, no le he dicho nada acerca de las intenciones de mi antiguo abogado. Si supiera que José María planea torturarla con el objetivo de sonsacarle mis credenciales, no me cabe duda de que se negaría a regresar al despacho, y la necesito dentro unos días más. Para evitar “accidentes”, Roberto no le quitará el ojo de encima.

Mi chófer me está esperando a un par de manzanas de la casa de Reus, a bordo de un desvencijado Seat. Hemos acordado que no utilizaremos la limusina hasta que las aguas vuelvan a su cauce. Es un vehículo que canta mucho en el barrio donde me oculto ahora mismo, y si llegara a oídos de mi abogado que Roberto frecuenta demasiado zonas poco recomendables podría sumar dos más dos.

-¿Qué tal ha ido la cosa?

-Muy bien. -Le explico cuál será su nuevo papel como guardaespaldas de mi secretaria-. Esa mujer es ahora muy valiosa para mí. Y también para José María. No me extrañaría que intentara cualquier acto desesperado si no logra esas claves pronto, ¿me comprendes?

-Claro. –Roberto nunca ha sido de los que dan su opinión. El perfecto perro guardián, presto siempre a acatar sin discusión las instrucciones de su dueño y señor. Supongo que hoy tiene la vena reflexiva porque me sorprende con un comentario fuera de lugar-: Perdone que me inmiscuya, jefe, pero no entiendo una cosa. ¿Por qué no quitamos al abogado de en medio, sin más? Ya sabe… -me dice, llevándose el dedo índice a la sien.

Hoy me siento optimista, e incluso diría que feliz. Por eso condesciendo en aclararle mis decisiones a Roberto. Además, está cumpliendo, es un buen activo. En ocasiones conviene hacer concesiones a los subordinados. Les da la sensación de que son partícipes de lo que ocurre y no meros instrumentos.

-José María ya es hombre muerto –le aseguro, en tono paciente, como un profesor explicando un nuevo concepto a un alumno algo obtuso-, pero no podemos matarlo todavía. Al fin y al cabo, no es más que un peón de Simon Rothko, el mafioso del que os hablé. Si me lo cargo sin más, como sugieres, sería lo mismo que proclamar a los cuatro vientos que estoy vivo. En pocas horas Madrid se habría llenado de hombres de Simon dispuestos a darme caza. Lo haremos, y muy pronto, pero cuando estemos en disposición de hacerle frente, ¿comprendes?

-Sí –responde, después de meditar un poco mi explicación-. Usted debe saber lo que hace, jefe.

-No te quepa la menor duda.

Acabamos de llegar a nuestro refugio, la pocilga que comparto con Javier y su mujer. Cuando abro la puerta, me los encuentro a los dos aplicados sobre la mesa, esnifando perico con un billete de diez euros enrollado a modo de canutillo.

-Hola, jefe –intenta saludarme el chico, antes de que un acceso de tos le obligue a expulsar por la nariz una espesa nube de polvo blanco.

-¿De dónde habéis sacado eso?

-¿La coca?

-No, joder, el billete de diez euros. Pues claro que la coca. ¿No me habías perjurado que estabas sin blanca?

Él y su mujer se dirigen una mirada de culpabilidad, mientras que Roberto parece irritado. De repente, caigo.

-Lo has robado en casa de Reus, ¿no es así?

Su silencio confirma mis sospechas. Si mi situación fuera otra, probablemente habría terminado con él en ese momento. Maldito drogadicto imbécil.

-Lo tenía en un cajón, un sobre repleto de dinero…

-Demasiada tentación para ti, ¿verdad?

Javier y su mujer se miran de nuevo, pero no contestan. En fin, nada se puede hacer ya.

-¿Cuánto había, si puede saberse? Y no me mientas o lo sabré.

-No mucho, jefe. Cinco mil.

-¿Y lo cogisteis todo?

-Sí, jefe –su mirada se dirige a Roberto, que mantiene el ceño fruncido. Luego añade-: Lo siento, jefe.

En fin, una nueva preocupación. No es buena señal que Reus guarde dinero en sobres. Suena demasiado a pago en negro, como el que podría efectuar mi abogado si quisiera comprar su voluntad. Tendré que preguntárselo a ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Capítulo 47. Un nuevo comienzo

  Han transcurrido dos semanas desde que mantuve mi última charla con José María. En este tiempo no se han producido grandes acontecimientos...