Me
despido de Reus más que satisfecho. Hoy mismo pondrá en marcha la maquinaria
necesaria para restituirme al frente de mi empresa en América, lo que significa
que en pocos días volveré a disponer de fondos. Es cierto que, hasta que no
logre controlar La Torre, la mayor parte de mis recursos continuará en manos de
mi abogado y, por tanto, de ese malnacido de Simon Rothko, pero por algo se empieza.
De
momento, le he pedido que continúe en su puesto, a pesar del riesgo que corre.
Por descontado, no le he dicho nada acerca de las intenciones de mi antiguo
abogado. Si supiera que José María planea torturarla con el objetivo de
sonsacarle mis credenciales, no me cabe duda de que se negaría a regresar al
despacho, y la necesito dentro unos días más. Para evitar “accidentes”, Roberto
no le quitará el ojo de encima.
Mi
chófer me está esperando a un par de manzanas de la casa de Reus, a bordo de un
desvencijado Seat. Hemos acordado que no utilizaremos la limusina hasta que las
aguas vuelvan a su cauce. Es un vehículo que canta mucho en el barrio donde me
oculto ahora mismo, y si llegara a oídos de mi abogado que Roberto frecuenta
demasiado zonas poco recomendables podría sumar dos más dos.
-¿Qué
tal ha ido la cosa?
-Muy
bien. -Le explico cuál será su nuevo papel como guardaespaldas de mi
secretaria-. Esa mujer es ahora muy valiosa para mí. Y también para José María.
No me extrañaría que intentara cualquier acto desesperado si no logra esas
claves pronto, ¿me comprendes?
-Claro.
–Roberto nunca ha sido de los que dan su opinión. El perfecto perro guardián,
presto siempre a acatar sin discusión las instrucciones de su dueño y señor.
Supongo que hoy tiene la vena reflexiva porque me sorprende con un comentario
fuera de lugar-: Perdone que me inmiscuya, jefe, pero no entiendo una cosa.
¿Por qué no quitamos al abogado de en medio, sin más? Ya sabe… -me dice,
llevándose el dedo índice a la sien.
Hoy
me siento optimista, e incluso diría que feliz. Por eso condesciendo en
aclararle mis decisiones a Roberto. Además, está cumpliendo, es un buen activo.
En ocasiones conviene hacer concesiones a los subordinados. Les da la sensación
de que son partícipes de lo que ocurre y no meros instrumentos.
-José
María ya es hombre muerto –le aseguro, en tono paciente, como un profesor
explicando un nuevo concepto a un alumno algo obtuso-, pero no podemos matarlo
todavía. Al fin y al cabo, no es más que un peón de Simon Rothko, el mafioso
del que os hablé. Si me lo cargo sin más, como sugieres, sería lo mismo que proclamar
a los cuatro vientos que estoy vivo. En pocas horas Madrid se habría llenado de
hombres de Simon dispuestos a darme caza. Lo haremos, y muy pronto, pero cuando
estemos en disposición de hacerle frente, ¿comprendes?
-Sí
–responde, después de meditar un poco mi explicación-. Usted debe saber lo que
hace, jefe.
-No
te quepa la menor duda.
Acabamos
de llegar a nuestro refugio, la pocilga que comparto con Javier y su mujer.
Cuando abro la puerta, me los encuentro a los dos aplicados sobre la mesa,
esnifando perico con un billete de diez euros enrollado a modo de canutillo.
-Hola,
jefe –intenta saludarme el chico, antes de que un acceso de tos le obligue a
expulsar por la nariz una espesa nube de polvo blanco.
-¿De
dónde habéis sacado eso?
-¿La
coca?
-No,
joder, el billete de diez euros. Pues claro que la coca. ¿No me habías
perjurado que estabas sin blanca?
Él
y su mujer se dirigen una mirada de culpabilidad, mientras que Roberto parece
irritado. De repente, caigo.
-Lo
has robado en casa de Reus, ¿no es así?
Su
silencio confirma mis sospechas. Si mi situación fuera otra, probablemente
habría terminado con él en ese momento. Maldito drogadicto imbécil.
-Lo
tenía en un cajón, un sobre repleto de dinero…
-Demasiada
tentación para ti, ¿verdad?
Javier
y su mujer se miran de nuevo, pero no contestan. En fin, nada se puede hacer
ya.
-¿Cuánto
había, si puede saberse? Y no me mientas o lo sabré.
-No
mucho, jefe. Cinco mil.
-¿Y
lo cogisteis todo?
-Sí,
jefe –su mirada se dirige a Roberto, que mantiene el ceño fruncido. Luego
añade-: Lo siento, jefe.
En
fin, una nueva preocupación. No es buena señal que Reus guarde dinero en
sobres. Suena demasiado a pago en negro, como el que podría efectuar mi abogado
si quisiera comprar su voluntad. Tendré que preguntárselo a ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario