domingo, 21 de julio de 2024

Capítulo 39. Reorganizando el equipo

 



En pocos minutos les pongo en antecedentes, sin entrar en demasiados detalles. Les cuento lo de mi operación, lo del secuestro en el hospital y mi posterior huida de Ucrania en mitad de la guerra, la odisea que sufrí hasta llegar a España… todo lo importante, pero no pueden entenderlo. Tampoco es mi deseo que lo hagan, basta con que sepan lo que he vivido en los últimos meses, y adónde estoy dispuesto a llegar. Voy a necesitar su ayuda, si quiero tener alguna opción.

A mitad de mi soliloquio llega de la calle una mujer joven cargada de bolsas con productos de supermercado. Debe contar unos veinte años como mucho y, sin embargo, es notorio que hace tiempo que dejó atrás la frescura de la juventud. Tiene la piel estropeada por el abuso de maquillaje y los dientes amarillean a causa del tabaco y el alcohol. Deduzco que se trata de la chica con la que Javier me confesó que aspiraba casarse.

Al vernos, se queda en la puerta, indecisa. Dirige una mirada a su novio, pero este le hace una señal tranquilizadora para que se acerque.

-Te presento a Estefanía. Es de fiar.

Estefanía, que viste unos pantalones ajustados de color verde, tacones altos y camisa floreada abiertamente escotada, no dice nada. Solo me mira a mí, el intruso con aspecto de vagabundo que su marido ha sentado a la mesa.

-Creo recordar que me dijiste algo sobre una hija, ¿o me equivoco? –pregunto a Javier.

La mujeruca da un respingo y abre mucho los ojos, que ahora parecen querer salirse de sus órbitas.

-Sí, Andrea…

-¿Qué tienes tú qué decir de mi hija? –espeta Estefanía, dejando caer las bolsas al suelo. Se escucha un estrépito de cristales; algo ha debido romperse en su interior.

-Nada, realmente. Solo preguntaba por cortesía.

-Tranqui, nena –tercia el chico-. Ya te he dicho que es de fiar –me dirige una mirada apresurada en la que observo un tono de disculpa-. Le debo la vida a este hombre.

La mujer palidece. Su expresión refleja ahora sorpresa y cierta incredulidad que se borra al comprobar que Roberto asiente a las palabras de su marido.

-¿Tú también lo conoces? No me fío de este… -le pregunta a mi chófer, mientras señala a su marido con la cabeza.

-Sí. Es mi jefe, y también el de Javier. Y lo que te dice es cierto: le salvó la vida.

Entonces la mujer se ruboriza y agacha la cabeza.

-Perdone usted… pero es que… con esas pintas… Además, al escucharle preguntar por mi hija me ha dado un repelús.

-Se la llevaron los de asuntos sociales. Una zorra hija de puta empeñada en que no la cuidábamos como es debido. Y todo porque se me pasó matricularla en el cole –añade Javier, enfurruñado-. Si es muy pequeña, coño.

Adivino que hay algo más de lo que dice Javier, pero no necesito indagar más en ese asunto. He encontrado lo que buscaba.

-Ya veo. Está bien, escuchadme. Como ya sabéis, me encuentro en un aprieto. Necesito recuperar lo que me pertenece, pero no puedo presentarme sin más. Sospecho que no duraría mucho si el ruso descubriese que sigo vivo. Así que vais a ayudarme. No será mucho lo que precise de vosotros, solo un par de cosas, incluido el alojamiento. Quizá os cause algunas molestias durante unos días, y hasta es posible que llegue a ser peligroso, si llegase a saberse que estoy aquí antes de recuperar mi estatus. Pero os prometo una cosa: en cuanto vuelva a ocupar La Torre, me aseguraré de que os devuelvan a vuestra hija. Y jamás volverá a faltaros de nada.

Pasan varios segundos antes de que nadie abra la boca. Finalmente es el chico quien reacciona a mi petición:

-Por mi parte puede quedarse con nosotros el tiempo que necesite. Nunca olvidaré que sigo vivo gracias a usted. –Vuelve la cabeza hacia su mujer-. Solo tiene que decirnos lo que hay que hacer.

Roberto observa la escena, complacido. Estefanía, por su parte, parece resignada, aunque no me fío de ella.

Pero ¿qué puedo hacer? Es lo que tengo. Es lo que hay. Y no puedo negar que es mucho más de lo que esperaba encontrar. Así que solo toca pensar en mañana, y en el trabajo que queda por hacer.

Escucha, abogado. Escucha bien cómo redoblan las campanas, hijo de puta.

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