jueves, 28 de marzo de 2024

Capítulo 27. Destrucción




Cuando sucede, sucede rápido.

Al principio, lo confundo con un terremoto. El estruendo ensordecedor hace que olvide por el momento que me encuentro en mitad de una guerra. El estallido me ha sorprendido en la cama, ya que el ataque se ha producido de noche, como viene siendo costumbre.

En cuanto me percato de lo que sucede, me arrojo al suelo y repto bajo el colchón para protegerme de la lluvia de cascotes que cae encima de mí. En la cama se queda Herda, sobre la que se ha derrumbado parte del techo. Creo que ha muerto, aunque no estoy seguro. Tampoco tengo interés en averiguarlo.

Me encuentro a ras de suelo y desde allí solo puedo ver una densa polvareda rojiza, producto de los restos de ladrillo pulverizado que ha provocado la explosión. Nos han bombardeado, esta vez nos ha tocado a nosotros. De hecho, aún continúan escuchándose deflagraciones muy cerca de la casa, al otro lado de la calle. Calculo que aquello durará unos quince minutos. Luego habrá una pausa antes de volver a comenzar, con un poco de suerte, en una barriada diferente.

-Mis hijos… salva a mis hijos…

Es la voz sibilante, estertorosa, de Herda, que me llega desde arriba. No ha muerto aún, pero no le debe quedar mucho. Al mismo tiempo, como si hubieran escuchado la voz de su madre, se oyen los gritos de auxilio de uno de los niños. Creo que es Lisa.

-Maty… maty…

Me arrastro por el suelo, casi cegado por la polvareda, y compruebo que la puerta de mi habitación ha quedado reducida a un amasijo de tablones. Apoyándome en uno de ellos logro ponerme en pie. De repente, me siento más fuerte. Debe ser la adrenalina que inunda mi circuito nervioso. Antes de seguir, echo una ojeada a la enfermera. Un par de segundos me bastan para percatarme de que no tiene solución. Está muerta, o pronto lo estará. Apenas respira. Incluso me sorprende que haya tenido fuerzas para pedir ayuda.

En el salón no queda nada reconocible. El sillón, la pequeña mesa donde acostumbrábamos a comer, el televisor, el mueble platero, la cocina, todo.

Nada.

Solo polvo, sangre y olor a muerte.

Mi primera idea es la de escapar a la calle y enfrentarme a lo que sea que me esté aguardando ahí fuera. En el momento en que me dirijo hacia lo que queda de lo que antes era la entrada, vuelvo a escucharlo:

-Maty… maty…

Es la niña de ocho años, Lisa. Todavía vive, y por el tono de su voz, no debe haber sufrido heridas graves. Me freno en seco y medito un instante. Sí, eso es, me digo.

Me desvío hacia la habitación donde duermen junto a su abuelo e intento abrir la puerta. No cede al principio, probablemente se halle obstaculizada por algún mueble. Reúno mis fuerzas y echo todo el peso de mi hombro, logrando que se deslice unos centímetros.

Solo puedo ver a Lisa, arrodillada junto a la puerta. En la cama que compartía con su hermano y el viejo, lo único que queda es una montaña de escombro, en la que se adivinan algunos restos de sus cuerpos desmembrados.

-Ven conmigo.

-¿Maty…?

-Tu madre está muerta. Todos están muertos. Ven conmigo, si quieres vivir.

Me tiende los brazos y yo la alzo para ayudarla a salir. Después salgo a la calle con ella. No se me ocurre mejor salvoconducto para atravesar u pueblo arrasado por las bombas.

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