Han
pasado tres días desde que me levanté por primera vez de la cama, y aunque las
cosas han mejorado algo, comienzo a sentirme inquieto. Herda me apremia para
que tenga paciencia. Me asegura que las calles están infestadas de soldados, de
uno u otro bando. Podría ser detenido o peor, asesinado, ya que los hombres
jóvenes se consideran objetivos prioritarios. Ahora, en Ucrania, todos son
soldados.
Me
ha presentado a sus hijos como un pariente lejano, un primo de su padre que
trabaja en España. La más pequeña, Lisa, no parece preocupada, incluso creo que
le caigo bien, pero Vasili, su hermano, me dirige de vez en cuando alguna
mirada rara. Ahora ninguno va al colegio, así que me veo obligado a pasar el
día aquí encerrado con ellos. Y con el viejo, claro.
Puto
ciego. No me dirige la palabra, cosa que, por otra parte, me da exactamente
igual, y cuando escucha mi voz, vuelve la cara hacia otro lado o me dedica un gesto
obsceno. Algunos ciegos deben pensar que los demás también lo somos. Repito:
puto ciego de los cojones.
Es
una situación odiosa. Me he planteado la posibilidad de liquidarlos a todos,
pero eso significaría quedarme incomunicado. Herda es ahora la única que puede
moverse con cierta libertad. Ella nos provee de comida y noticias. Y el ciego
tenía razón, en cuanto ponga un pie en la calle soy hombre muerto o preso.
Paso
el tiempo haciendo ejercicio, comiendo y durmiendo. Finjo ser el amable primo
Markus de España al que le encantan los niños. Y por la noche, me convierto de
nuevo en enamorado amante. Herda ha adoptado la costumbre de visitarme en
cuanto se han acostado todos, así que me veo obligado a joder con ella por
mucho que me repugne.
Tres
días. Tres putos días, y apenas soy capaz de arrastrarme por la casa apoyándome
en los muebles. A veces se me olvida que hasta hace un mes era incapaz de
sentir nada de cintura para abajo. Pero así son las cosas.
-Dicen
que la guerra terminará pronto. Rusia podría entrar con sus tanques de un
momento a otro para invadir Kiev.
Herda
deja caer esta noticia en la mesa, mientras intentamos comer una especie de engrudo
insípido que ha cocinado con agua tibia y harina. Lejos, aunque no demasiado,
retumba el eco de otro misil.
-¿Y
el ejército ucraniano? ¿No piensa hacer nada? ¿Y Zelenski? Nunca debió ser
presidente… -replica el viejo.
-A
ti te gustaba.
-Me
hacía gracia cuando hacía de comediante en la tele, pero nunca votaría por él. Es
un chiste, no un presidente.
-Pues
yo sí que lo voté, papá. Y creo que lo está haciendo bien. De momento no ha
huido del país, y eso que ha tenido oportunidad para hacerlo.
El
viejo comienza a blasfemar, salpicando su plato de saliva. No logro comprender
bien lo que dice debido a su falta de dentadura. Cuando se excita, solo es
capaz de balbucear como los borrachos.
Más
tarde, a solas en mi habitación, Herda me dice:
-Rothko
y los suyos han salido de Fontanka esta mañana. Solo han quedado un par de
hombres para proteger la casa franca. No creo que regresen, por lo menos
mientras haya guerra.
Fontanka
es el nombre del pueblo costero en el que nos encontramos. Está situado a unos
pocos kilómetros de Odesa, que es donde se están concentrando los bombardeos.
Putin busca cortar la salida al mar de Ucrania lo antes posible para controlar
la entrada de suministros.
En
lo que respecta a la información de Herda, sé que debería sentirme aliviado.
Sin embargo, ni siquiera la noticia de que mi mayor enemigo se encuentra fuera
de la región es capaz de alegrarme. Yo lo que quiero es salir de aquí y
alejarme de esta casa, de esta gente, de este puto país. La idea de que las
personas que me traicionaron viven hoy satisfechas y seguras mientras yo me
pudro en este agujero nauseabundo me subleva.
Continuamente
me repito que he de ser paciente, que el tiempo podría correr a mi favor.
Si sé esperar. Si aprendo
a esperar.
Esa
noche, más tarde, mientras escucho el suave ronquido de la enfermera sobre la
que acabo de eyacular, me hago la promesa de que me largaré de este sitio en el
plazo máximo de una semana. He decidido que la inacción me matará mucho antes
que las bombas de Putin.
Pero,
como otras veces, finalmente resulta que el destino tiene otros planes para mí.
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