jueves, 21 de marzo de 2024

Capítulo 26. No hay nada más importante que la familia

 


Han pasado tres días desde que me levanté por primera vez de la cama, y aunque las cosas han mejorado algo, comienzo a sentirme inquieto. Herda me apremia para que tenga paciencia. Me asegura que las calles están infestadas de soldados, de uno u otro bando. Podría ser detenido o peor, asesinado, ya que los hombres jóvenes se consideran objetivos prioritarios. Ahora, en Ucrania, todos son soldados.

Me ha presentado a sus hijos como un pariente lejano, un primo de su padre que trabaja en España. La más pequeña, Lisa, no parece preocupada, incluso creo que le caigo bien, pero Vasili, su hermano, me dirige de vez en cuando alguna mirada rara. Ahora ninguno va al colegio, así que me veo obligado a pasar el día aquí encerrado con ellos. Y con el viejo, claro.

Puto ciego. No me dirige la palabra, cosa que, por otra parte, me da exactamente igual, y cuando escucha mi voz, vuelve la cara hacia otro lado o me dedica un gesto obsceno. Algunos ciegos deben pensar que los demás también lo somos. Repito: puto ciego de los cojones.

Es una situación odiosa. Me he planteado la posibilidad de liquidarlos a todos, pero eso significaría quedarme incomunicado. Herda es ahora la única que puede moverse con cierta libertad. Ella nos provee de comida y noticias. Y el ciego tenía razón, en cuanto ponga un pie en la calle soy hombre muerto o preso.

Paso el tiempo haciendo ejercicio, comiendo y durmiendo. Finjo ser el amable primo Markus de España al que le encantan los niños. Y por la noche, me convierto de nuevo en enamorado amante. Herda ha adoptado la costumbre de visitarme en cuanto se han acostado todos, así que me veo obligado a joder con ella por mucho que me repugne.

Tres días. Tres putos días, y apenas soy capaz de arrastrarme por la casa apoyándome en los muebles. A veces se me olvida que hasta hace un mes era incapaz de sentir nada de cintura para abajo. Pero así son las cosas.

-Dicen que la guerra terminará pronto. Rusia podría entrar con sus tanques de un momento a otro para invadir Kiev.

Herda deja caer esta noticia en la mesa, mientras intentamos comer una especie de engrudo insípido que ha cocinado con agua tibia y harina. Lejos, aunque no demasiado, retumba el eco de otro misil.

-¿Y el ejército ucraniano? ¿No piensa hacer nada? ¿Y Zelenski? Nunca debió ser presidente… -replica el viejo.

-A ti te gustaba.

-Me hacía gracia cuando hacía de comediante en la tele, pero nunca votaría por él. Es un chiste, no un presidente.

-Pues yo sí que lo voté, papá. Y creo que lo está haciendo bien. De momento no ha huido del país, y eso que ha tenido oportunidad para hacerlo.

El viejo comienza a blasfemar, salpicando su plato de saliva. No logro comprender bien lo que dice debido a su falta de dentadura. Cuando se excita, solo es capaz de balbucear como los borrachos.

Más tarde, a solas en mi habitación, Herda me dice:

-Rothko y los suyos han salido de Fontanka esta mañana. Solo han quedado un par de hombres para proteger la casa franca. No creo que regresen, por lo menos mientras haya guerra.

Fontanka es el nombre del pueblo costero en el que nos encontramos. Está situado a unos pocos kilómetros de Odesa, que es donde se están concentrando los bombardeos. Putin busca cortar la salida al mar de Ucrania lo antes posible para controlar la entrada de suministros.

En lo que respecta a la información de Herda, sé que debería sentirme aliviado. Sin embargo, ni siquiera la noticia de que mi mayor enemigo se encuentra fuera de la región es capaz de alegrarme. Yo lo que quiero es salir de aquí y alejarme de esta casa, de esta gente, de este puto país. La idea de que las personas que me traicionaron viven hoy satisfechas y seguras mientras yo me pudro en este agujero nauseabundo me subleva.

Continuamente me repito que he de ser paciente, que el tiempo podría correr a mi favor.

Si sé esperar. Si aprendo a esperar.

Esa noche, más tarde, mientras escucho el suave ronquido de la enfermera sobre la que acabo de eyacular, me hago la promesa de que me largaré de este sitio en el plazo máximo de una semana. He decidido que la inacción me matará mucho antes que las bombas de Putin.

Pero, como otras veces, finalmente resulta que el destino tiene otros planes para mí.

 



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