sábado, 3 de febrero de 2024

Capítulo 19. Un milagro verdadero

 



La noche pasada logré dar un breve paseo por mi habitación, apoyado en la pared. Si alguien hubiera podido contemplarme, arrastrándome con gesto dolorido por el recinto de mi prisión, pensaría que soy un enfermo grave intentando pedir ayuda.

En realidad, estoy exultante. Me recupero mucho más aprisa de lo que jamás hubiera pensado. Si dispusiera de un mes, dos meses más… Podría escapar de aquí por mis propios medios, eliminar a todos los guardias, incluso al propio Rothko. Pero no me queda tanto tiempo. Han transcurrido dos semanas desde nuestro acuerdo, lo que me deja quince días de plazo para planificar mi fuga.

Necesito a esa enfermera mojigata. Ni aun teniendo un arma…

De repente, se me ocurre una idea.

 

 

Hoy aguardo con ansia la visita de Herda. Como no tengo un reloj que me permita medir el tiempo cuento con desesperación los segundos en mi cerebro, que los deforma y acelera hasta hacerme creer que mi enfermera se retrasa, que no se presentará hoy.

¡Qué frustrante es depender de otra persona! ¡Cuánto me hace odiarla!

Por fin, a punto de desesperar, oigo su voz y sus pasos en el exterior de mi celda.

Al abrir la puerta, me encuentra rezando. Finjo, con el rostro enardecido y los ojos cerrados, un trance religioso en el que permanezco sordo, mudo y ciego. Cuando por fin “regreso” ella me está observando con una mezcla de preocupación y miedo.

-¿Qué te ha ocurrido?

-No me creerías –respondo, haciendo ver que siento vergüenza por haber sido sorprendido.

-Sí que lo haría. Te creería.

Clavo mi mirada en ella y le tomo la mano. Se la aprieto con fuerza, un poco más de lo necesario, hasta que gime de dolor. Es igual, ella lo confundirá con pasión cuando en realidad es ira.

-Creo que Él me ha hablado. Me ha respondido. Dice… dice que puedo volver a caminar si mi fe es verdadera. Pero yo sé que eso no puede ser. Es imposible. Según los médicos, tengo la espalda totalmente destrozada.

Ella duda. Me mira de hito en hito, intentando discernir si me burlo de ella, si estoy loco… o si digo la verdad. Quiere creer. Necesita creer.

-¿Hay…? Ya sabes –pregunto señalando el techo, las paredes.

-No. Ya no.

Lo suponía. Rothko ha ordenado retirar los micrófonos, ahora que pasa tanto tiempo en mi compañía.

-Ayúdame, coge mi mano, por favor.

-Es peligroso… podrías hacerte daño.

-¿De veras crees que eso me preocupa? Piénsalo bien.

A través de sus ojos temerosos y exaltados, advierto que acaba de despertar al hecho de que estoy desahuciado. Soy un prisionero de Simon Rothko, y eso implica una muerte segura. Lo más probable es que yo no sea la primera persona que ha tenido que cuidar antes de ser ejecutada por su jefe.

Me tiende la mano. Las dos manos. Me aferro a ellas y cierro los ojos. Musito entre labios, como si invocara a Dios y, acto seguido, muevo una pierna. Dejo pasar el asombrado gemido que escapa de su boca, y enseguida, muevo la otra.

Ahora estoy sentado en la cama, con los pies apoyados sobre el suelo.

-Ayúdame.

-Oh, Dios mío.

Ella tira de mí con fuerza y yo me pongo en pie haciendo ver que me duele, lo cual es verdad. Entonces Herda, sin poder contenerse más, me abraza y besa mis labios.

Ha sucedido un milagro ante sus ojos. Un milagro auténtico.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Capítulo 47. Un nuevo comienzo

  Han transcurrido dos semanas desde que mantuve mi última charla con José María. En este tiempo no se han producido grandes acontecimientos...