Pasan
los días, las tardes y las noches.
Apenas duermo; tres, cuatro horas, quizá. El resto de la noche
progreso con mi rehabilitación, bajo el amparo de la oscuridad. Debo hacer en menos
de treinta días el trabajo que en condiciones normales me llevaría meses.
Duele, duele mucho, pero merece la pena. La noche que consigo ponerme en pie y
avanzar dos pasos vacilantes, siento tal exultación que gritaría.
Entretanto,
mi relación con Herda también progresa. Me cuenta, con profusión de detalles,
su día a día, sus miedos, sus esperanzas… Yo finjo escucharlo todo como si realmente
me interesase, y veo en sus ojos que ella lo cree sinceramente. Siempre he sido
muy convincente.
Creo
que, desde mi última charla con Simon, se han relajado con lo de los
micrófonos. O quizá nunca han existido; en este momento me resulta imposible
saberlo, pero lo cierto es que Herda no muestra ahora problema alguno en
explayarse.
A
veces, rezamos juntos. Soy yo quien lo propone siempre. Al menos, mientras
finjo invocar a Dios, ella permanece en silencio y puedo descansar de su inagotable
verborrea. Me causa grima su narración intrascendente y pusilánime. Creo que me
recuerda demasiado a mi madre.
Por
otra parte, una vez superadas nuestras diferencias, Rothko y yo hemos entablado
algo parecido a una amistad. No me engaño respecto a él. Estoy convencido de
que me eliminará en cuanto obtenga lo que necesita, pero como no puede hacerse
de la noche a la mañana, ha optado por resignarse y tratarme con aquiescencia.
Últimamente
charlamos muy a menudo. Las conversaciones comienzan versando sobre negocios,
aunque pronto nos desviamos hacia aspectos más personales. Él da a entender que
tenemos mucho en común. Me considera algo así como una versión joven e
inexperta de sí mismo. A veces, incluso se permite darme consejos para el
futuro, olvidando, o aparentando olvidar, que estoy sentenciado a muerte.
-Te
he estado observando desde hace mucho tiempo, ya lo sabes –me dice mientras
dispone las piezas en un tablero de ajedrez magnético que ha situado a mi
alcance, sobre una mesita auxiliar-. No te importa, ¿verdad?, echar una
partidita conmigo. Soy muy aficionado, y no puedo desaprovechar la ocasión de
medirme con la persona que estuvo a punto de derrotar al gran Gustav Olsen.
-Claro,
Simon, me ayudará a matar el tiempo. No hay mucho que hacer por aquí. Le
derroté, por cierto.
-¿Ah,
sí?
-Debía
rendir el Rey en el momento en que me dispararon. Unos segundos más y habría
ganado oficialmente la partida.
-Con
más razón, entonces. Si no te molesta, jugaré con blancas. Al fin y al cabo,
eres el virtual campeón del mundo –me dice socarronamente, mientras gira el
tablero para apropiarse de ellas.
-En
absoluto.
-Como
te decía, te sigo la pista desde… quizá desde que comenzaste a negociar en
Bolsa. Me sorprendió la temeridad de tu primera operación. Por cierto, ¿de
dónde sacaste los fondos para comprar aquella pequeña empresa dedicada a la
comercialización de criptomonedas? ¿Cómo se llamaba…?
-Cryptobusiness
-Eso.
La compraste poco antes de que se convirtiera en la gallina de los huevos de
oro. Y luego, dos años después, la vendiste por cien millones, mil veces tu
inversión inicial.
Durante
unos minutos, no contesto. Él ha abierto con la apertura clásica de Ruy López,
y yo ya he bloqueado todas sus piezas. En apenas cuatro movimientos, la partida
ha quedado sentenciada.
-Y
después, nada más deshacerte de ella, ¡puf! La empresa se va a pique. Ganaste
mucho dinero, pero creo que cometiste un error, si me permites que te lo diga. Incurriste
en una estafa. Te diste a conocer.
-No
fui yo, ya lo sabes, sino un tal Umberto Jorio quien figuró en los papeles. Jaque,
por cierto.
-¿Sí…?
Vaya, creo que lo tengo bastante mal. Debe aburrirte mucho jugar conmigo.
-Siempre
me ha aburrido este juego –le miro a los ojos-. ¿Qué es lo que quieres, Simon?
-Nada,
es solo que siento curiosidad por ti, como persona. –Toma el Rey con la
intención de desplazarlo hacia la única casilla que le queda, pero se lo piensa
mejor y, finalmente, lo deja caer sobre el tablero-. Creo que la partida ha
terminado.
-Eso
parece. Yo también tengo curiosidad. Por ejemplo, comprendo perfectamente que
asesinaras a tu propio hijo después de traicionarte. Lo que me intriga es, ¿por
qué esa publicidad? Pudiste ejecutarlo en silencio, de manera discreta, y sin
embargo optaste por aquel número de la decapitación. ¿Querías dar ejemplo, o
fue puro sadismo?
He
utilizado un tono sencillo, modesto, como dando a entender que me mueve un mero
interés profesional. Sin embargo, la expresión de su cara me informa que ha
captado perfectamente el sarcasmo.
-Yo
no maté a mi hijo –me dice con la voz apagada por la emoción.
Simon
Rothko, el temible y diabólico Príncipe de la Mafia rusa, recoge con parsimonia
el tablero de ajedrez y se marcha en silencio. No lo vuelvo a ver hasta dos
días después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario