lunes, 29 de enero de 2024

Capítulo 18. Una partida de ajedrez con el Diablo

 


Pasan los días, las tardes y las noches.

Apenas duermo; tres, cuatro horas, quizá. El resto de la noche progreso con mi rehabilitación, bajo el amparo de la oscuridad. Debo hacer en menos de treinta días el trabajo que en condiciones normales me llevaría meses. Duele, duele mucho, pero merece la pena. La noche que consigo ponerme en pie y avanzar dos pasos vacilantes, siento tal exultación que gritaría. 

Entretanto, mi relación con Herda también progresa. Me cuenta, con profusión de detalles, su día a día, sus miedos, sus esperanzas… Yo finjo escucharlo todo como si realmente me interesase, y veo en sus ojos que ella lo cree sinceramente. Siempre he sido muy convincente.

Creo que, desde mi última charla con Simon, se han relajado con lo de los micrófonos. O quizá nunca han existido; en este momento me resulta imposible saberlo, pero lo cierto es que Herda no muestra ahora problema alguno en explayarse.

A veces, rezamos juntos. Soy yo quien lo propone siempre. Al menos, mientras finjo invocar a Dios, ella permanece en silencio y puedo descansar de su inagotable verborrea. Me causa grima su narración intrascendente y pusilánime. Creo que me recuerda demasiado a mi madre.

Por otra parte, una vez superadas nuestras diferencias, Rothko y yo hemos entablado algo parecido a una amistad. No me engaño respecto a él. Estoy convencido de que me eliminará en cuanto obtenga lo que necesita, pero como no puede hacerse de la noche a la mañana, ha optado por resignarse y tratarme con aquiescencia.

Últimamente charlamos muy a menudo. Las conversaciones comienzan versando sobre negocios, aunque pronto nos desviamos hacia aspectos más personales. Él da a entender que tenemos mucho en común. Me considera algo así como una versión joven e inexperta de sí mismo. A veces, incluso se permite darme consejos para el futuro, olvidando, o aparentando olvidar, que estoy sentenciado a muerte.

-Te he estado observando desde hace mucho tiempo, ya lo sabes –me dice mientras dispone las piezas en un tablero de ajedrez magnético que ha situado a mi alcance, sobre una mesita auxiliar-. No te importa, ¿verdad?, echar una partidita conmigo. Soy muy aficionado, y no puedo desaprovechar la ocasión de medirme con la persona que estuvo a punto de derrotar al gran Gustav Olsen.

-Claro, Simon, me ayudará a matar el tiempo. No hay mucho que hacer por aquí. Le derroté, por cierto.

-¿Ah, sí?

-Debía rendir el Rey en el momento en que me dispararon. Unos segundos más y habría ganado oficialmente la partida.

-Con más razón, entonces. Si no te molesta, jugaré con blancas. Al fin y al cabo, eres el virtual campeón del mundo –me dice socarronamente, mientras gira el tablero para apropiarse de ellas.

-En absoluto.

-Como te decía, te sigo la pista desde… quizá desde que comenzaste a negociar en Bolsa. Me sorprendió la temeridad de tu primera operación. Por cierto, ¿de dónde sacaste los fondos para comprar aquella pequeña empresa dedicada a la comercialización de criptomonedas? ¿Cómo se llamaba…?

-Cryptobusiness

-Eso. La compraste poco antes de que se convirtiera en la gallina de los huevos de oro. Y luego, dos años después, la vendiste por cien millones, mil veces tu inversión inicial.

Durante unos minutos, no contesto. Él ha abierto con la apertura clásica de Ruy López, y yo ya he bloqueado todas sus piezas. En apenas cuatro movimientos, la partida ha quedado sentenciada.

-Y después, nada más deshacerte de ella, ¡puf! La empresa se va a pique. Ganaste mucho dinero, pero creo que cometiste un error, si me permites que te lo diga. Incurriste en una estafa. Te diste a conocer.

-No fui yo, ya lo sabes, sino un tal Umberto Jorio quien figuró en los papeles. Jaque, por cierto.

-¿Sí…? Vaya, creo que lo tengo bastante mal. Debe aburrirte mucho jugar conmigo.

-Siempre me ha aburrido este juego –le miro a los ojos-. ¿Qué es lo que quieres, Simon?

-Nada, es solo que siento curiosidad por ti, como persona. –Toma el Rey con la intención de desplazarlo hacia la única casilla que le queda, pero se lo piensa mejor y, finalmente, lo deja caer sobre el tablero-. Creo que la partida ha terminado.

-Eso parece. Yo también tengo curiosidad. Por ejemplo, comprendo perfectamente que asesinaras a tu propio hijo después de traicionarte. Lo que me intriga es, ¿por qué esa publicidad? Pudiste ejecutarlo en silencio, de manera discreta, y sin embargo optaste por aquel número de la decapitación. ¿Querías dar ejemplo, o fue puro sadismo?

He utilizado un tono sencillo, modesto, como dando a entender que me mueve un mero interés profesional. Sin embargo, la expresión de su cara me informa que ha captado perfectamente el sarcasmo.

-Yo no maté a mi hijo –me dice con la voz apagada por la emoción.

Simon Rothko, el temible y diabólico Príncipe de la Mafia rusa, recoge con parsimonia el tablero de ajedrez y se marcha en silencio. No lo vuelvo a ver hasta dos días después.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Capítulo 47. Un nuevo comienzo

  Han transcurrido dos semanas desde que mantuve mi última charla con José María. En este tiempo no se han producido grandes acontecimientos...