Hoy
va a ser un día importante. Me dispongo a jugar mis cartas con Rothko, que no
es ningún imbécil, y he de mostrarme cauteloso para no cometer errores. Si sospecha
lo más mínimo, todo se habría acabado para mí, pero si no… Bueno, este podría
ser el principio del fin de mi cautiverio.
Como
los días precedentes, entra acompañado de Míster Ceja, que se coloca a los pies
de la cama. Esta vez, Rothko no llega a sentarse, anticipándose a mi negativa,
así que soy yo quien le pide que lo haga.
-¿Y
eso…?
-Ayer
estuviste a punto de matarme, y no creo que hoy salga con vida. He
reflexionado; hablemos.
Eleva
las cejas, sorprendido, pero finalmente coge la silla que poco antes había
ocupado Herda.
-Habla.
-Tú
ganas. Lo haré. Con una salvedad, y no es negociable.
-Tú
dirás.
-Accedo
a transferirte los poderes necesarios para manejar mis asuntos. Sé que estás
interesado principalmente en mis empresas de armas, ¿verdad?
-Eran
mías, hasta que lanzaste tu puta OPA.
-También
soy consciente de que no existe ninguna posibilidad de que yo salga con vida de
esta celda.
-Bueno…
-dice, abriendo las manos en un gesto equívoco.
-Tranquilo,
lo comprendo. En tu lugar haría lo mismo. De acuerdo, serán tuyas con la
condición de que sea yo quien elija cuándo y cómo debo abandonar este mundo.
-No
estás en situación de negociar, Kingsman…
-Moriré
de una sobredosis de morfina. Aquí, en esta misma cama. Una muerte dulce,
agradable. Ese día, además, el día de mi muerte, me harás traer un buen filete
de ternera en su punto. Adoro la ternera, y quiero que sea mi última comida.
-¿Cuándo?
-No
espero seguir aquí dentro de un mes. No eres tan buen anfitrión, al fin y al
cabo. Por otra parte, es lo que necesitaré para otorgarte todos mis poderes
notariales. No dirijo una fábrica de conservas, ¿sabes?
Guarda
silencio durante tanto tiempo que empiezo a convencerme de que no aceptará. Se
ha olido algo, el viejo cabrón. Pero me sorprende al contestar:
-De
acuerdo. Trato hecho –y me extiende la mano que aprieto débilmente para hacerle
ver que apenas me quedan fuerzas-. Disfruta de tu mes de vida.
-Espero
hacerlo, Simon, espero hacerlo –le digo, ofreciéndole mi mejor sonrisa.
Esa
tarde, Herda y yo entablamos, por fin, una conversación que podría considerarse
de índole personal. Me pregunta si me han vuelto a hacer daño, mientras me
cambia el vendaje. Le explico que he decidido colaborar con mis captores.
-Creo
que Dios no nos ha hecho el regalo de la vida para que lo desperdiciemos a
nuestro antojo. Ayer por la tarde hablé con ese hombre y acepté entregarle lo
que me pedía. Él, por su parte, prometió respetar la vida de mi niña querida.
Espero que cumpla su palabra.
Ella
asiente, sin despegar los labios. Está preocupada por los micrófonos ocultos.
-¿Puedes
hablarme de ti? Me has salvado la vida dos veces y apenas te conozco. Solo sé
tu nombre, y ni siquiera estoy seguro de que sea el auténtico.
-Sí
que lo es.
Guardo
silencio, animándola a seguir.
-Vivo
con mi madre y mis dos hijos, en una casa pequeña de una sola planta –comenta en
voz baja-. Mi marido murió hace dos años. Lo pasamos mal; dos niños pequeños,
uno de ellos recién nacido, y sin dinero ni ayudas de ninguna clase. Me vi
obligada a refugiarme en casa de mis padres.
-¿Y
tu trabajo de enfermera?
-Terminé
la carrera hace muchos años, pero no ejercí prácticamente hasta la muerte de mi
marido.
Las
palabras, susurradas, salen con cuentagotas, pero no me hace falta más
información para deducir la historia de esa mujer. El marido muerto,
probablemente es una víctima de las guerras de Simon Rothko. Me atrevería a
pensar que fue uno de sus hombres, liquidado quizá por otro sicario durante
alguna refriega. Desde entonces, ella trabaja como enfermera para el jefe de su
marido. Debe estar bien pagada, pero se nota a la legua que no le gusta nada lo
que se ve obligada a hacer. Quizá vive bajo la amenaza
constante de que hagan daño a sus hijos.
-¿Los
dos son varones? Tus hijos, me refiero.
-No,
tengo la parejita. Lisa, de ocho años, y Vasili, de doce.
-Debe
estar ya hecho un hombrecito.
-Sí
–sonríe-. Aunque le falta su padre. A los dos le falta su padre.
-Bueno,
afortunadamente para ellos te tienen a ti. No todos los niños pueden decir lo
mismo.
Avanzamos
a buen paso. El día de hoy ha sido más que provechoso. La he hecho hablar, y
eso es algo que vale mucho. Sé que no tardaré en convertirme en su amigo, o,
con suerte, en su amante.
Pronto
seré libre. Conseguiré que ella me saque de aquí, aunque le cueste la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario