No
puedo decir que me sorprenda su salida. ¿Qué otra cosa podía pretender de mí Simon
Rothko? Así que no lo puedo evitar. Rompo a reír a carcajada limpia.
-¿Te
hace gracia?
-Mucha,
Simon. O sea, yo te nombro mi heredero con la finalidad de que tú puedas
asesinarme y cobrar la herencia. Esa es tu propuesta, a grandes rasgos. ¿No es
para descojonarse?
-Vas
a morir, eso lo sabes, ¿verdad?
-No
me cabe ninguna duda al respecto.
-Pero,
fíjate. Hay muchas maneras de morir. Si colaboras, te concederé el privilegio
de elegir la tuya. –Al decir esto, dirige una mirada al hombre que se encuentra
a los pies de mi cama, que me golpea con fuerza en las piernas.
-Eres
un idiota, Simon –digo sin inmutarme-. Estoy paralítico, ¿lo habías olvidado?
Tendrás que torturarme de cintura para arriba.
Rothko
me observa atentamente, buscando en mi rostro alguna señal de dolor. Por fin,
menea la cabeza, al parecer convencido.
-Sí,
eso me habían dicho, pero no acababa de creerlo. Suponía que era todo una
especie de charada que habías organizado, algo parecido a tus identidades
falsas. Ángel Salazar, el campeón de ajedrez, capaz de derrotar al gran Gustav
Olsen y fingir después su propia muerte, también debería ser capaz de simular
una discapacidad.
-¿Y
por qué iba a hacer eso?
Intento
ganar tiempo para pensar. Mi cabeza es ahora un hervidero de ideas que trato de
poner en orden. Porque en el último minuto he obtenido tres revelaciones
sorprendentes.
La
primera, que Simon Rothko conoce mi verdadera identidad. De las tres, es la que
menos me inquieta. Debo suponer que la red de información de que dispone es,
como poco, tan buena como la mía, y yo lo habría averiguado de hallarme en su
lugar.
La
segunda, que Rothko no tiene la menor idea de lo que yo hacía en ese hospital,
lo que significa que la persona que me traicionó le ha transmitido una
información errónea o incompleta.
-La
verdad es que no sé por qué haces las cosas, Salazar –prosigue hablando en su
tono siseante-. Eres un tío extraño. Extraño y peligroso. Me fijé en ti hace unos
cinco años, cuando empezaste a ganar algún dinero con las putas y la Bolsa. ¿Un
bróker proxeneta? No es algo muy común, que digamos. Hice algunas indagaciones
y descubrí que habías acumulado, al menos, cinco identidades falsas. Y seguí escarbando,
claro, soy así de curioso. De esa forma averigüé lo de tu falsa muerte… Intentabas
ser una sombra, un nombre falso escrito al final de un arsenal de documentos.
Eso es difícil en nuestro negocio, muchacho. Yo soy viejo comparado contigo. Te
podría dar muchos consejos…
-Guárdatelos,
no los necesito.
No
intento placarlo. Al contrario, dejo mi cara expuesta al puñetazo, procurando
que reciba el mayor daño posible. Un sello de oro que luce en el dedo anular me
abre una brecha en el pómulo, del que comienza a manar un río de sangre.
-Ya
veo que eres un tío duro. Capaz de pegar a un minusválido en su propia cama –le
espeto con desprecio.
Esta
vez me golpea en la boca, haciéndome saltar un par de dientes, que escupo al
suelo mientras fuerzo una sonrisa.
-No
vuelvas a interrumpirme.
-¿Me
matarás si lo hago?
-No
de la forma que piensas…
-Y
no conseguirás nada. Otra muerte inútil a tus espaldas, Simon. Qué decepción,
viejo. Te creía más inteligente.
Enrojece,
pero esta vez descarga su furia sobre mi abdomen, obligándome a soltar un
gemido de dolor.
-¿Quieres
que sigamos?
Tardo
esta vez unos segundos en recuperar el aliento, y eso parece calmarlo. Decido
que ya está bien. Tengo lo que necesitaba.
-De
acuerdo –dice al comprobar que permanezco en silencio-. Volveré mañana. Espero
que reflexiones esta noche sobre mi propuesta. Es lo mejor, chaval, créeme. Una
cosa que aún no sabes de este negocio es que uno debe aceptar la derrota,
cuando llega. Y a ti te ha llegado.
Se
marchan, dejándome solo y con tiempo para reflexionar, como él mismo ha dicho.
Y lo hago sobre la tercera revelación, la mejor de todas.
Me
ha dolido la cara, la boca, el estómago, es algo que ya esperaba. Pero hoy el
dolor es mi amigo.
Cuando
el gorila de Rothko me ha golpeado en las piernas, he notado un leve,
reconfortante, hormigueo.
Y
ese es mi secreto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario