jueves, 4 de enero de 2024

Capítulo 13. Simon dice

 


Me mantiene vivo porque trama apoderarse de todo. La audacia de su plan es lo que más enfurece. ¿Cómo se atreve?

¿Por qué no me atreví yo antes?

Se ha adelantado, el viejo zorro estepario. Un golpe rápido que yo debería haber previsto. ¿Y Carlos…? Presumo que ya es pasto de los peces, como el hijo traidor de Rothko. Un castigo merecido por su incompetencia.

Mi situación actual me demuestra, una vez más, que no debo confiar en nadie. Puedo utilizar a algunas personas, sí, pero sin caer en el error de creer que pueden llegar ser verdaderos aliados.

La gente es estúpida, por naturaleza. No debo volver a olvidarlo.

La enfermera acude esa misma tarde. Digo tarde, aunque en realidad desconozco la hora y el día en que vivo. La celda es una especie de cueva de paredes encaladas y bóvedas sinuosas, alumbrada por un halógeno de luz blanca, en la que no hay modo de controlar el transcurso del tiempo.

Herda es una mujer de mediana edad, frisando los cuarenta. Rostro enjuto de facciones angulosas, figura delgada, y ojos tristes que albergan una eternidad de otoños. Desde el primer momento intento ganármela, confiando en que sea la persona que menos vínculos mantiene con la organización de Rothko. Si me queda alguna posibilidad de sobrevivir se encuentra en esa mujer.

Sin hablar directamente con ella, mientras me cuida, profiero expresiones a media voz dando a entender que soy un rehén inocente que aguarda su ejecución. Herda no da muestras de comprenderme. Sus gestos son indiferentes, profesionales y metódicos, sin un ápice de compasión. Me quita la ropa y me lava de pies a cabeza. Después cambia la venda de mi espalda, donde se supone que tuvo lugar la operación, y me coloca un pijama abierto, bastante cómodo. Por último, ordena mi traslado a una cama de hospital que acaban de traer, me eleva el respaldo y ajusta las barandillas para evitar caídas. En todo este proceso no pronuncia una palabra, a pesar de mis continuos intentos por llamar su atención.

Por fin, cuando termina, se dirige a mí en un ruso con claro acento de Ucrania:

-Tiene que comer algo. Comenzaremos con líquidos: sopa y zumo de naranja. Si lo tolera bien, esta noche probaremos con pollo a la plancha.

Al menos he obtenido una información con la que no contaba. Deduzco de sus palabras que debe ser mediodía, quizá la tarde.

-Gracias –le contesto con un hilo de voz, en el ucraniano más puro que soy capaz-. No es la comida lo que me preocupa ahora, pero le agradezco mucho lo que está haciendo por mí, Herda.

Ella no responde, aunque creo notar que hay un cambio en su mirada. Un destello de emoción que antes no estaba. O quizá solo sean imaginaciones mías.

Herda me asiste durante la comida, ya que, aunque he recuperado la movilidad de los brazos, aún me cuesta bastante controlarlos. Sospecho que no es solo un efecto de la anestesia. Deben haberme administrado otra sustancia durante mi secuestro.

Al poco de marcharse la enfermera, Simon Rothko pasa a visitarme.

Llega acompañado de un individuo bajo y cuadrado, de espesas cejas negras. Luce una coleta en la que comienzan a verse algunas vetas blancas. Su boca forma un rictus raro que me indica que padece algún tipo de parálisis facial.

-Quiero hablar contigo, Kingsman.

-Por supuesto, estoy a tu servicio.

-No pareces asustado, ni irritado –dice con un deje de admiración-. Tienes temple, a pesar de tu juventud.

-¿Serviría de algo?

-No.

-Lo suponía. No perdamos más el tiempo, Simon. Dime ya qué es lo que quieres de mí.

Rothko coge una silla, la misma que ha utilizado Herda para darme de comer, y toma asiento junto a mi cabecera. El tipo que lo acompaña se queda a los pies de la cama.

-Es muy sencillo, Kingsman. Quiero convertirme en tu heredero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Capítulo 47. Un nuevo comienzo

  Han transcurrido dos semanas desde que mantuve mi última charla con José María. En este tiempo no se han producido grandes acontecimientos...