viernes, 15 de diciembre de 2023

Capítulo 6. Vuelo a Lausana

 


“Informamos a los señores pasajeros que en breves momentos dará comienzo el despegue. Les rogamos que permanezca en sus asientos con el cinturón de seguridad correctamente abrochado. Gracias”. 

No me gusta volar. Lo odio, quizá porque, durante unas pocas horas, no soy yo quien controla mi destino. Ni siquiera el hecho de ser el propietario del avión me ayuda a vencer mis prejuicios al respecto.

Las instrucciones de seguridad que proporcionan las azafatas durante el vuelo me harían sonreír si no me pareciesen una auténtica tomadura de pelo. ¿De verdad alguien piensa que existe una mínima posibilidad de sobrevivir en caso de que el avión decida caer desde el cielo?

-¿Le apetece tomar una bebida? ¿Algo para comer?

Es una mujer morena, baja, con una acusada tendencia a engordar. Cuarenta y cinco a cincuenta años. Sonríe. Una sonrisa vacua, bovina. Me desagrada. Toda ella me desagrada. Ni siquiera su voz me parece adecuada.

-¿Te he pedido yo algo?

-No…, yo solo…

-Lárgate.

La sonrisa beatífica se borra de su rostro y la sustituye una expresión de alarma y miedo. La observo con fastidio alejarse en dirección a la cabina, meciendo su enorme trasero al compás de los tacones demasiado altos.

-¿Quién se ocupa de contratar a las azafatas? –le pregunto a José María, sentado a mi lado.

-No lo sé. Supongo que la empresa responsable del mantenimiento del avión.

-Vale, asegúrate de que la despidan en cuanto aterricemos. No quiero volverla a ver.

-De acuerdo –me responde, sin levantar la vista de su ordenador.

-José María.

-¿Sí?

-Ya sabes que me gusta que la gente me mire a los ojos cuando le hablo. Simple cuestión de respeto.

Por fin, alza la mirada.

-Y tú, ¿crees que no te respeto?

Por una vez, agradezco estar atado a mi silla de ruedas. Si no fuera por ella, quizá nada habría evitado que me arrojase sobre él y le partiese el cráneo.

-Eso deberías preguntártelo a ti mismo.

Abre la boca para decir algo, pero lo piensa mejor y la vuelve a cerrar. No importa, puedo imaginar su respuesta. Que él fue quien me ayudó a organizar el montaje de mi propia muerte hace diez años. La sangre falsa en mi pecho, el médico que me administró la ketamina para inducirme el estado de catalepsia y simular una muerte falsa. La ambulancia que me trasladó hasta mi destino final. Mi nueva identidad. Mi nueva vida.

Todo planeado por mí, ejecutado por él.

Nunca hasta ahora se había atrevido a reprochármelo, pero parece que algunas cosas están cambiando en los últimos tiempos.

Me obligo a olvidar el incidente y centrarme en lo que está por venir. Ese es mi nuevo poder mental. Compartimentar mis emociones, no sucumbir a los impulsos que tanto me perjudicaron en el pasado. Soy yo, es cierto, pero, de alguna manera, no soy yo. Creo que la experiencia me ha servido para mejorar, y eso me hace preguntarme si aún me queda por aprender alguna cosa. El tiempo lo dirá, supongo.

También soy filósofo, a mi manera.

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