Carlos
contacta conmigo al día siguiente. No está mal. Ha debido trabajar deprisa, ya
que solo me llama cuando un encargo está terminado. Su voz de barítono
constipado me proporciona un árido resumen de sus actividades. Es una de las
pocas personas que tiene mi número, y al único que le permito telefonearme sin
previo aviso. Sus informes son tan escuetos que en su caso prefiero la
comunicación directa.
-Todo
ha ido bien –me confirma.
-Ya
lo imagino. Ninguna dificultad, entonces.
-En
absoluto. ¿Esperabas otra cosa?
-No,
pero sigo teniendo curiosidad por saber cómo logró escapar esa chica.
-Lo
suponía. Por eso me tomé la libertad de mantener con ellos una pequeña charla antes
de mandarlos de viaje.
-¿Y…?
-Ella
se lo trabajaba después de cada jornada. Lo más probable es que lograra colarle
algo en la bebida, sin que se diera cuenta. O quizá es que el tipo era así de
subnormal, quién sabe. El caso es que el puto imbécil se quedó dormido una de
las noches. Después, no tuvo más que robarle las llaves y salir pitando. Así de
sencillo.
-Ya
veo –digo en tono resignado-. Me molesta pensar que una organización perfecta
pueda sucumbir tan fácilmente por la estupidez de una sola persona –comento para
mi coleto.
-Así
es, jefe... ¿No tienes curiosidad por saber cómo conseguí que hablaran?
La
verdad es que no, pero hay que reconocer que Carlos ha hecho un buen trabajo,
así que finjo un interés que en realidad no siento.
-Claro.
Cuenta.
-Lo imaginaba –dice en tono de regocijo, mientras yo ahogo un suspiro de impaciencia-. A él solo tuve que retorcerle un poco el brazo y romperle los dedos de una mano. Cantó como un pajarito. No lo va a creer, pero fue la chica quien me lo puso realmente difícil. Sospecho que a esas alturas ya había adivinado que no saldría de allí con vida, porque resistió mi interrogatorio durante más de dos horas. Una tía dura, esa rumana. Me dio un poco de pena, la verdad. Era guapa.
-Estupendo, Carlos, gracias –le interrumpo. Tengo asuntos más graves de los que
ocuparme-. Dentro de unos minutos recibirás tu transferencia. La suma de
costumbre. Tómate un descanso, vete a la playa, o a la montaña si quieres, pero
no te pierdas de vista. Es probable que te vuelva a llamar pronto.
-Comprendido,
jefe.
Cuelgo
el teléfono. Durante unos minutos, me dedico a contemplar la ciudad desde mi
ventana mientras tableteo sobre la mesa. El viaje está preparado hasta el
mínimo detalle, según me acaba de informar Reus y, sin embargo, no me acabo de
librar de la sensación de que las cosas no marchan como debieran. Qué maldita
casualidad que ese hijo de perra de Rothko haya decidido elegir este momento
para moverse. Según los informes médicos que me ha enviado Bloch, cuando todo
termine, deberé permanecer una semana en observación. Y, si todo sale bien, aún tendré por delante un largo período de rehabilitación.
Más
le vale que salga bien.
Más le vale.
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