Uno
no sale de una anestesia de forma súbita. Es como despertar de la muerte. O sea
no, quiero decir, sucede con parsimonia, muy poco a poco. Primero llegan los
sonidos, aún tenues, ininteligibles. A continuación, los olores, el tacto de la
ropa, el dolor… Finalmente, en un momento dado, tomas conciencia de quién eres,
y, a veces (no siempre ocurre), de dónde te encuentras.
Sin
embargo, cuando yo despierto, ya sé a ciencia cierta que no estoy en ningún
hospital.
Abro
los ojos a una oscuridad envuelta en silencio. Intento hablar, pero no soy
capaz de emitir sonido alguno. Claro, estúpido -me digo-, son los efectos de la
anestesia. Mi lengua es un trapo seco dentro de una boca que, de momento, no me
pertenece. Además, la garganta me duele horriblemente a causa de la intubación.
Mi
cerebro vuelve a funcionar, y eso me consuela un poco. Muevo la cabeza de un
lado a otro, tratando de recuperar la movilidad, y compruebo que nada me lo
impide. Noto un cosquilleo en la punta de los dedos. Inhalo aire para llenar
mis pulmones, y mis fosas nasales se inundan de olor a roca húmeda y a salitre.
Debo encontrarme muy cerca del mar, en una especie de sótano excavado en la
roca.
¿Qué
ha ocurrido? Es obvio que me han tendido una trampa, pero ¿quién?
Solo
se me ocurre una persona.
Lucho
contra el sopor que trata de vencerme, y para ello me esfuerzo en recuperar el movimiento de los brazos. De repente, mientras empiezo a notar que mis dedos se
estiran, se me ocurre preguntarme si Elsa logró terminar su trabajo antes de
que me secuestraran. Es una tontería pensar en eso ahora, lo sé. Lo más
probable es que muera pronto.
Envío
una orden a mis piernas, algo que no intentaba desde hacía mucho tiempo. Ni
siquiera recuerdo bien cómo hacerlo.
Nada.
No siento absolutamente nada. Siguen sin obedecerme. Y eso, más que la
situación en la que me encuentro, es lo que me llena de frustración.
La
luz se enciende de improviso, y al principio me hace daño a los ojos, lo que
significa que he permanecido inconsciente más tiempo del que imaginaba.
“Un
día. Llevo así veinticuatro horas por lo menos”, concluyo al notar el olor de
mis excrementos mezclados con orina. He debido evacuar mientras dormía.
La
puerta se abre y entra Simon Rothko.
No hay comentarios:
Publicar un comentario