El
bulto gime de dolor. Le dirijo una mirada rápida, ya que estoy esperando la
llegada del grandullón, pero es suficiente para confirmar mis sospechas. Se
trata de una mujer. Joven, casi una niña, a juzgar por su voz y su tamaño. No
pierdo el tiempo con ella. Repto hacia el muerto y le sustraigo las gafas de
visión nocturna. Después lo empujo detrás de la puerta, a sabiendas de que será
el primer lugar que compruebe el mercenario. Luego me escondo al otro lado del
mostrador, junto al bulto de la muchacha, que me servirá de escudo en caso de que
decida disparar primero y preguntar después.
Y
hago bien, porque una larga ráfaga precede la entrada del militar. Algunas de
sus balas impactan en el cuerpo de su superior, al que yo creía muerto. Un
gemido prolongado, su último estertor, me informan de que me equivocaba.
No
me ha visto. Aprovecho su pausa para recargar, le apunto al cuerpo, rogando
para que aún me quede munición en el arma, y aprieto el gatillo:
KA-PA-KA-PA-KA-PA. El grandullón también cae, en el mismo umbral de la puerta
de la gasolinera.
-Por
favor… ayuda… -se lamenta el bulto que hay a mi lado.
Me
arrastro hasta el soldado al que acabo de tirotear para comprobar que está
muerto. No lo estaba. Tengo que dispararle de nuevo, esta vez a la cabeza, que
rebota contra el suelo a consecuencia del impacto. La mitad de su cara, todavía
protegida por el casco y las gafas de visión nocturna, desaparece. Después me
asomo a la ventana más cercana y vigilo durante unos minutos. Nada se mueve,
nadie se acerca. Estamos solos.
Ahora
sí, me intereso por la muchacha; necesito información.
-¿Quién
eres tú? ¿Quiénes eran ellos? ¿Qué hacían aquí?
-Socorro…
Mi hermana… -me suplica, dirigiendo su mirada a la parte de atrás del mostrador.
Allí
hay una niña, de unos ocho años aproximadamente, completamente desnuda. Las
piernas abiertas, separadas, los muslos ensangrentados. No le veo la cara,
cubierta de sangre y porquería. Está muerta.
-Ayuda…
Se
ha quitado la manta mugrienta que la cubre y ahora puedo ver su cuerpo, tan
maltratado como el de su hermana. No debe haber cumplido los catorce años. Ni
siquiera puedo imaginarme su historia. Es probable que los mercenarios que
acabo de ejecutar las hayan secuestrado de su casa, o que sean las
supervivientes de algún ataque furtivo en la ciudad. O quizá, simplemente,
tuvieron la mala suerte de pasar por allí. Es probable que sus padres hayan
muerto, igual que su hermana. Así es la guerra.
He
cambiado de idea. La chica no me es útil. Y tampoco creo que esté en
condiciones de proporcionarme ninguna información de valor.
-Ayuda…
Por favor.
Registro
los cuerpos de los soldados muertos y me incauto de munición y algo de comida
que llevaban encima. Dejo el dinero. No creo que me sirva de nada a partir de
ahora. Luego abandono aquel edificio infausto y regreso a mi camión. Esta vez, puedo
repostar sin problemas. Lleno el tanque y salgo pitando de allí.
Rodearé
Borodianka, la ciudad maldita, y continuaré viaje hasta la frontera con
Polonia. Esta vez, sin paradas. Luego encontraré la forma de regresar a España,
a Madrid.
Luego…
Luego
llegará el momento de ajustar cuentas.
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