PREÁMBULO
Los bisbiseos resultan cada vez más audibles desde donde me encuentro.
Y Olsen ya no solo se mueve inquieto en la silla. Está a punto de saltar. ¿A
qué esperas, Ventura?
De nuevo me giro hacia el público y esta vez clavo una mirada
colérica, provocadora, en un punto indeterminado de la turba. Estoy retándolo
abiertamente, pero él sigue sin mostrarse.
Lo veo claro. Quiere hacerlo al final. Durante los últimos compases de
la partida. Bien. Si eso es lo que busca, eso es lo que le daré. Adelante.
Inicio el ataque final. Caballo-seis-Caballo…
Olsen se lleva la mano a su cabello rojizo cortado al estilo militar, consciente de que ha perdido. Tendría rendir el Rey, pero no lo hace. Debe estar en shock. Vuelvo a mirar a la platea y ahora sí que percibo un movimiento extraño entre el público.
Alguien se levanta de su asiento. Es el periodista que ha llegado
tarde, el que ha ocupado la butaca que quedaba libre delante de Santiago. En
ese momento me doy cuenta. A través de los gruesos y deformantes cristales de
sus gafas reconozco sus ojos de asesino. Levanta una cámara y me enfoca con
ella, directamente a la cabeza. Yo introduzco la mano en el bolsillo. No tendré
más que una oportunidad porque sé que él no va a fallar el tiro.
Fijo las miras un instante y aprieto el gatillo.
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